Contenido principal

Monona y su familia
Twitter icon
Facebook icon
ícono de Whatsapp

Están las sonrisas y la de Doña Monona

12/10/2021

Clementina Carrasco, más conocida como Doña Monona, tiene 89 años y es una de las antiguas pobladoras de la localidad de Cholila.  Técnicamente vive en el paraje El Cajón, pero su casa hecha de barro y caña se encuentra varios kilómetros arriba en la montaña.


Nacida en Ñorquinco, a los 11 años arribó a esta zona y nunca más la dejó. Lo hizo en camión junto a sus padres y hermanos, Juan Rubén y Ernestina Elsa. Una familia trabajadora y pobre, que se dedicaba a las típicas tareas autóctonas: cuidar ovejas, hacer leña, carro a bueyes y chacras.

“Mi vida siempre fue el campo: mi suegro tenía ovejas y me daba corderitos wachos para que los criara, así arranqué”, afirma Clementina, mientras nos ofrece con absurda amabilidad un mate con azúcar.

Con una frescura envidiable, Doña Monona relata cada momento de su vida en el “Valle Hermoso”, y entre esos recuerdos, hace una referencia al transporte: “Cuando teníamos que hacer mandados o compras íbamos en carro a bueyes hasta Villa El Blanco o a lo de Francisco Breide, en gendarmería. Salíamos a la mañana y llegábamos a la noche. Así fue toda la vida”.

La ronda de mates seguía girando y unos instantes después, aparecieron los bizcochos caseros de la Doña. Ante la consulta por su faceta culinaria, Clementina reconoce que la sopa es su especialidad porque siempre la ha hecho para hijos, nietos, vecinos, etc… “Le pongo ajos, cebollas, aceite, papa, las verduras que haya. También hacía Dulce de Leche cuando ordeñaba vacas, quesos, manteca, etc…”

La casa de Doña Monona está hecha de barro con caña, y paredes francesas. Solo la chimenea es de material. Ya no quedan así. Y respecto a la luz, todo era lámpara y farol con kerosene. La electricidad vino hace algunos años.

Su familia es tan numerosa que con total sinceridad comenta que no tiene la cifra fresca de cuántos hijos tiene porque son un montón. Por eso no los cuenta. (Son 13 hijos). El que más está con ella es Victoriano, “el jefe de la casa”, que se encarga de la producción animal en un corral lindero al hogar, hecho de madera, rústico y con mucha prolijidad.

“Todos los varones viven en el pueblo”, detalla la Monona. Todos viven del campo: “Mis hijos iban a la escuela 121. Todos a pie, solo caballo y carro, lo único para transportar. No había caminos hechos en el Cajón. Ibamos caminando, tardábamos una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta, todos los días”, expresa Victoriano, que apreciaba sereno y atento toda la tertulia.

“Nevando y lloviendo tenían que ir a la escuela, porque eso nos decían los maestros. Así que botas de goma puestas e ir para abajo”, agregaba Monona, que luego nos explicó que hubo una escuela en lo de Juan Barrera, en su rancho. Prestaba el comedor y allí construyeron un aula. Muchos chicos fueron ahí. Era toda bancada por particulares.

La segunda pava hervía y los mates no cesaban, una postal de cualquier hogar de la República Argentina. Allí, Monona continuaba con su monólogo y hacía referencia a los inviernos padecidos en El Cajón: “Cuándo nevaba mucho ingresaba nieve a la casa y la sacábamos con palas. Era muy duro. Y también teníamos que sacar a las ovejas que quedaban atascadas por la intensa nevada:. Teníamos que hacerles huellas con caballos para que puedan salir”.

Tras consultarle por su pasado en Ñorquinco, localidad que tiene una  estación de tren de la emblemática Trochita, Doña Monana nos interrumpe con un grito: “Nunca me subí, me daba miedo lo rápido que andaba. Prefiero UN CABALLO, que VUELA” (risas).

Así estuvimos con Monona durante un par de horas, siempre con una sonrisa en su rostro, con un mate para ofrecer y con una amabilidad digna de resaltar. Sin dudas, una historia inspiradora y con muchas enseñanzas.


Imágenes: 
Doña Monona